viernes, 5 de noviembre de 2010

Las Pampas- Arte y Cultura en el Siglo XIX en Fundación Proa

Figura Izquierda
Manto de cuero pintado
Cuero de caballo.
Col. Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti”, Bs. As.
Figura Derecha
Manto de cuero de oveja pintado
Cuero de oveja, lana.
Col. Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti”, Bs. As.


(Buenos Aires)


Se inauguró en la Fundación Proa la muestra "Las Pampas- Arte y Cultura en el Siglo XIX". Se trata de una extraordinaria exposición que incluye colecciones de varios museos públicos y colecciones privadas, una muestra que presenta la cultura de una época, la historia,visitada desde la estética del presente, jerarquíza los valores de las culturas desde sus objetos artísticos y de la vida cotidiana.



A partir de los relatos de viajeros e intelectuales –como Lucio V. Mansilla**–, la literatura permitió siempre comprender ese período. La exhibición Las Pampas… aporta un nuevo relato: a través de la contemplación de los objetos y de su valor estético, nos atrevemos a imaginar un paisaje poblado por caciques a caballo y mujeres enjoyadas dominando la inmensidad de la llanura.
 Las Pampas… está organizada en cuatro salas que representan los diversos temas fundantes de nuestra cultura: la mujer, el caballo, la organización social y política, el cacicato, la orfebrería y el adorno como símbolo de poder, junto al poncho con su riqueza de diseños y alusión a las jerarquías.


Las Pampas: Arte y Cultura en el Siglo XIX



Poncho del Gral. Lucio V. Mansilla

Ranquel      
Lana de oveja. Faz de urdimbre.
Colección Museo Histórico Nacional
Poncho del General José de San Martín
Pehuenche 
Pelo de camélido. Faz de urdimbre
Colección Museo Histórico Nacional
Poncho del cacique Calfucurá
Araucano
Lana de oveja. Faz de urdimbre.
Colección Museo Gauchesco "Ricardo Guiraldes", San Antonio de Areco, Provincia de Buenos Aires. 




San Martín, Mansilla y el cacique Calfucurá están presentes con sus prendas. El poncho de San Martín, cedido por el Museo Histórico Nacional, propone al espectador imaginar el cruce de los Andes y los sueños cumplidos del prócer, así como revivir el momento en el que Lucio V. Mansilla protegió su vida gracias al poncho regalado por el cacique.**

Desde la escena del arte, Fundación Proa propone revisitar nuestra historia y valorar la riqueza y la creatividad que las diversas culturas produjeron en el pasado. Las piezas presentes son imágenes permanentes de nuestro acervo simbólico.

Las Pampas: Arte y Cultura en el Siglo XIX es posible gracias a museos públicos y colecciones privadas que cedieron sus obras para esta exhibición, y al auspicio de Tenaris – Organización Techint.

“En la pampa las impresiones son rápidas, espasmódicas, para luego borrarse en la
amplitud del ambiente, sin dejar huella.” Ricardo Güiraldes. 
Don Segundo Sombra *



Pectoral Llol Llol, Pectoral Sekil, Collar Llankatu
Plata batida, chaquiras.
Col. Fundación Nicolás García Uriburu
Aros, Tupu, Gargantilla, Trarilonko
Plata batida, medallas.
Colección Privada, Argentina
Cortesía Fundación Proa





Los pueblos originarios en el siglo XIX

Las pampas y la Patagonia eran el hogar de una población aborigen de varios miles de personas que se remontaba a más de doce mil años.

A mediados del siglo XIX, estos pueblos originarios ocupaban el espacio delimitado por la frontera, un amplio arco con sus extremos apuntando al sur que se extendía desde el litoral atlántico bonaerense hasta la costa del Pacífico.
La diversidad de paisajes y los escasos recursos de ese territorio obligaron a sus pobladores a movilizarse hacia el norte en búsqueda de tierras fértiles.
El contacto con los europeos cambió la vida de los aborígenes de las pampas transformando su tecnología, economía y organización socio-política. Este proceso contribuyó a una creciente homogenización cultural y lingüística de la región que culminó en el siglo XIX, sin borrar las particularidades de cada grupo.
A mediados del siglo XIX, los grandes cacicatos conducidos por poderosos jefes indígenas controlaban el territorio; la sociedad aborigen alcanzó entonces sus formas más complejas de organización económica, social y política.
La consolidación del Estado argentino y su decisión de controlar las tierras dominadas por las sociedades aborígenes impulsaron, a partir de 1876, el avance militar sobre esos territorios con el fin de incorporarlos a la joven nación, sometiendo a sus pobladores originarios. El proceso duró algunas décadas y tuvo un alto costo para las poblaciones aborígenes; los descendientes de los que sobrevivieron a la ocupación son los que hoy mantienen vivas las tradiciones de sus ancestros, a quienes llaman “los antiguos”.

Las mujeres, fuerza de trabajo y capital político

Los procesos económicos que tuvieron lugar en el siglo XVIII contribuyeron a definir el orden social que caracterizó a los grandes cacicatos del siglo XIX, donde la riqueza –posesión de ganados, objetos de plata y esposas– se consolidó como factor determinante de jerarquía social. Las esposas, por las que se pagaban al padre bienes muchas veces cuantiosos, constituían –al igual que las cautivas y los niños– la principal fuerza de trabajo. Eran responsables de los quehaceres domésticos y la atención de la familia, cuidaban los rebaños, procuraban agua y leña, recolectaban semillas y frutos, hilaban y tejían prendas –sobre todo ponchos y mantas– para uso familiar y para comerciar, curtían los cueros, confeccionaban enseres y herramientas en madera –incluso arados–, y tenían a su cargo el acarreo de las pertenencias. También representaban un capital político, ya que los matrimonios consagraban y fortalecían lealtades y alianzas.




Ponchos
Araucano, Siglo XIX
Lana de oveja. Faz de urdimbre, tejido llano. Diseño en ikat.
Colección Privada, Argentina
Cortesía Fundación Proa








La platería araucana o ecuestre mapuche

En Chile, la platería de uso ecuestre es conocida como “platería ecuestre mapuche”, mientras que en Argentina se la denomina “platería araucana”.
Esta platería tiene sus raíces en las postrimerías del siglo XVIII, cuando los plateros españoles llegaron a Chile. Establecidos en la zona de Arauco, enseñaron a los indígenas a confeccionar prendas de plata, sobre todo para el caballo. Al comienzo fueron los españoles quienes idearon modelos de arneses para los jefes indígenas y hacendados. Pronto, los plateros indígenas, habiendo aprendido el oficio de los europeos, crearon sus propios diseños en sus talleres. Como pasaba en las pampas, los jefes más pudientes tenían la mayor cantidad de objetos de plata, con lo que mostraban su importancia y su poder. Esto explica el auge de la platería durante el siglo XIX.
La platería ecuestre araucana, si bien contemporánea de las joyas para la mujer, tiene un estilo propio. Sin embargo, en ciertas piezas de esta platería se pueden identificar los mismos motivos que se observan en la de uso femenino. Los motivos representados no son meras decoraciones, sino que están directamente relacionados con la cosmovisión mapuche.

La platería pehuenche

Los pehuenche habitaban al pie de ambas vertientes de la Cordillera de los Andes, en la zona donde crece el árbol de la araucaria o pehuén (Araucaria araucana), que corresponde al sur de Mendoza y al norte de Neuquén en el actual territorio argentino. 

Los pehuenche dominaban los pasos cordilleranos, permitiéndoles controlar el tráfico del ganado, de la sal y el comercio fronterizo que en esa época era muy abundante. Esta fue sin duda la fuente de su poder y riqueza.

Antiguamente se pensaba erróneamente que toda la platería pampa carecía de ornamentación; hoy se sabe que la única que tiene la propiedad de ser lisa, salvo algunas excepciones,  es la pehuenche.

La sociedad en la toldería

La toldería fue el núcleo de la vida social y sus habitantes estaban, o se consideraban, unidos entre sí. Cada toldo reunía a una familia formada por padre, esposa o esposas, hijas solteras, hijos solteros y casados, nietos. A su vez, todas las familias de una toldería formaban un linaje que reconocía un antepasado común y llevaban un mismo nombre gentilicio, aunque no todas tenían la misma jerarquía. El jefe de una de ellas ejercía el mando del grupo y su importancia en el cacicato dependía de sus cualidades personales, la antigüedad de su linaje y la cantidad de guerreros que lo apoyaban. Junto a los descendientes del linaje, vivían en la toldería otros dos grupos: los cautivos, que se sumaban a la fuerza de trabajo familiar, y los agregados o allegados: indígenas y blancos refugiados que vivían a expensas del cacique y desempeñaban para él diversas tareas: lo acompañaban en los malones, participaban en juntas y parlamentos, actuaban como espías o informantes y, en el caso de los blancos que sabían escribir –y por ello gozaban una situación privilegiada-, como secretarios a cargo de la correspondencia.

Una segunda distinción entre hombres y mujeres determinaba la división del trabajo. Los hombres tenían a su cargo la guerra y la obtención y circulación de ganados. Las mujeres y niños se ocupaban de las innumerables tareas domésticas.

Los cautivos blancos, en su mayoría mujeres y niños, eran un núcleo importante. Su adaptación a la vida en la toldería era muy dura, aunque los niños pequeños eran incorporados a la familia y tratados como hijos propios. Las cautivas más afortunadas podían llegar a convertirse en concubinas del jefe del toldo, aunque eso no las libraba de las tareas más pesadas.

Dentro de la toldería, existía una tercera división muy marcada entre el estrato dominante de los guerreros (conas) y la chusma, formada por indias, cautivas y cautivos, niños y ancianos. Sobre esta –principalmente sobre las mujeres– recaía la mayor carga laboral.

Los parlamentos

La institución más tradicional y característica de la vida política indígena eran las grandes asambleas, juntas o parlamentos. En ellos participaban todos los conas u hombres de lanza quienes, en ocasión de reuniones importantes, llegaban desde muy lejos. En esos parlamentos, que eran cuidadosamente preparados y podían durar varios días, los principales jefes exponían sus ideas en larguísimos y complejos discursos, haciendo gala de sus dotes oratoria.

Hacia mediados del siglo XIX los grandes caciques fueron adquiriendo autoridad y poder en los parlamentos y esto les otorgó una influencia decisiva en las resoluciones A los parlamentos correspondía decidir sobre los asuntos fundamentales del mundo indígena y, en particular, consagrar a los grandes caciques y resolver los asuntos relacionados con la guerra y la paz.

Los mantos tehuelche

Quizá los bienes más característicos y preciados de la cultura tehuelche sean los grandes mantos y capas de piel o cuero pintados. Realizados originalmente con pieles de guanaco –recurso fundamental para la supervivencia de esas poblaciones–, se utilizaron más tarde cueros de caballo y oveja cuando este animal de origen europeo se incorporó a la vida de las poblaciones aborígenes meridionales. Cueros y pieles eran provistos por los hombres mediante la caza, pero eran las mujeres quienes preparaban los cueros, confeccionaban los mantos y capas, y realizaban las pinturas que los adornaban.
Además de su valor como abrigo –eran imprescindibles durante el crudo invierno patagónico–, mantos y capas expresaban, especialmente en los dibujos pintados en ellos, la identidad de quienes los usaban y la visión tehuelche del mundo social y simbólico. Los dibujos, de varios colores y carácter geométrico, se vinculan a aquellos que también aparecen en pinturas rupestres y piedras grabadas. Al menos en algunos casos, mantos y capas acompañaban a sus dueños después de la muerte.



Ponchos
Ranquel
Lana de oveja. Faz de urdimbre, tejido llano.
Colección Privada, Argentina
Cortesía Fundación Proa

Ponchos
Pehuenche 
Lana de oveja. Faz de urdimbre, tejido llano.
Colección Privada, Argentina
Cortesía Fundación Proa


Ponchos
Inglaterra
Lana de oveja. Tejido industrial
Colección Privada, Argentina
Cortesía Fundación Proa



El poder de los grandes cacicatos

El cacicazgo era generalmente hereditario, pero contaban también otras condiciones personales. El cacique debía ser valeroso, magnífico jinete, hábil en el manejo de las armas, dotado de condiciones de mando, capaz de movilizar un gran número de conas y experto en cuestiones pecuarias. Además, debía poseer dotes de orador para dirigir y controlar las asambleas y parlamentos, en particular si había otros jefes que cuestionaran sus opiniones.

Otro factor importante en el fortalecimiento de su autoridad era el manejo de información, que los caciques recogían a través de una vasta red de espías e informantes, por intermedio de los comerciantes o pulperos, y –gracias a las gestiones de sus secretarios– de los diarios que llegaban a sus manos y la correspondencia que intercambiaban con destacados personajes del mundo criollo o con otros grandes caciques.

También pesó cada vez más la riqueza, resultado esencialmente de los grandes malones y de los regalos y raciones con que el gobierno huinca procuraba garantizar la amistad o neutralizar ataques. Estos regalos, que incluían ganados, licores, tabaco, yerba, prendas de vestir, piezas de uniformes militares, sables, espadas, espuelas y piezas de plata, eran entregados al cacique. Ellos los distribuían entre sus guerreros, cuya lealtad era esencial a la hora de resolver conflictos en los parlamentos.

Platería pampa

Podríamos definir genéricamente como platería pampa a un estilo diferente de su contemporáneo, el llamado estilo criollo.  La platería pampa es un conjunto compuesto por piezas pertenecientes a las distintas comunidades que poblaron la llanura, cada una de ellas con sus propios motivos y diseños.  Las naciones indígenas, como se les llama a las parcialidades que pertenecían al mismo origen, se dividían en diferentes comunidades.  Cada una de ellas se identifica por un patrón de diseño que está siempre presente en las piezas.  La manera de organizar y plasmar las decoraciones se mantiene fiel al diseño de la tribu.  Los plateros indígenas eran hábiles artesanos y aquellos de mayor oficio trabajaban para los caciques de más alto rango.  Los caciques que pertenecían a comunidades más pobres y no contaban con plateros recurrían a talleres independientes.  Es importante destacar que los artesanos de estos talleres fabricaban las piezas según el estilo propio de la estirpe de sus clientes.

Platería ranquel

Hábiles labradores y ganaderos, los ranqueles adquirieron importancia hacia fines del siglo XVIII y la incrementaron en el siglo XIX. Los plateros ranqueles eran eximios orfebres.

Sensibles a la naturaleza, manejaban el cincel con tanto arte que los trazos parecen imitar los pastos más finos de la pampa. En la platería ranquel encontramos un pimpollo de rosa que posiblemente sea el emblema de la tribu del gran cacique ranquelino Mariano Rosas. También se observan la flor del cardo santo y abstracciones de ciertos pájaros que ellos veneraban como el nexo entre los seres vivientes y aquellos del más allá.

Hay una marcada diferencia estilística entre los plateros del sur del río Colorado y aquellos de las tribus pampeanas: los primeros diseñaban motivos abstractos y los segundos se inspiraban en la flora y la fauna.

Cacique ranquel Mariano Rosas

El pimpollo de rosa que aparece en varias de las piezas aquí expuestas es ajeno a la flora autóctona. Posiblemente sea el símbolo de la tribu del cacique Panguitruz Güor, llamado Mariano Rosas. Hijo del cacique Painé, Panguitruz permaneció en su juventud cautivo en la provincia de Buenos Aires, donde Juan Manuel de Rosas lo hizo bautizar en la fe cristiana, lo apadrinó, le puso el nombre de Mariano y le dio su apellido. Muy posiblemente, Mariano Rosas adoptó el pimpollo del escudo de la familia de Juan Manuel como emblema de su cacicato. Dada la importancia de Mariano Rosas, quien fuera el gran cacique ranquel del siglo XIX, este símbolo se reitera con frecuencia en las piezas pertenecientes este grupo.

El caballo indio

El caballo indio es único. Está entrenado de tal manera que una combinación de mansedumbre, fortaleza y velocidad lo hacen imbatible. […] inalcanzable para sus parientes en propiedad del ejército o los gauchos. El caballo indio es especialmente fiel. Es muy manso pero sólo acepta como jinete a su dueño […]. Creemos que las extraordinarias características del animal se debieron, en gran medida, al especial respeto que por él sentía el indio.
El indio jamás maltrataba a su caballo, jamás le hacía tener miedo. Y lo llenaba de afecto todo el tiempo. Era antes que nada su amigo. Alrededor de él creó una verdadera cultura en la que la utilización de la platería estuvo muy vinculada.
Lucio V. Mansilla. Una Excusión a los indios ranqueles (1870).

Comercio e intercambios

La desigual distribución de los recursos obligó a los pobladores de la región a movilizarse, alentando desde temprano la circulación de bienes valiosos. La presencia europea, la adopción del caballo y la disponibilidad de nuevos bienes intensificaron los intercambios entre los distintos grupos aborígenes de las pampas, la Araucanía y la Patagonia, y entre éstos y el mundo hispano-criollo. Así, a mediados del siglo XIX, una compleja red de caminos –las “rastrilladas” – atravesaba el territorio indígena y se prolongaba hasta las fronteras.

Los intercambios con la sociedad criolla eran fundamentales en las fronteras con las provincias argentinas, donde los aborígenes colocaban los excedentes de su producción (cueros, pieles, plumas, talabartería, añil, ponchos) y obtenían harinas, azúcar, telas livianas, adornos, prendas de vestir, quincallería, tabaco, yerba mate y licores. A lo largo del río Negro se realizaban intercambios regulares con los tehuelches. Ellos llegaban hasta allí con plumas y las codiciadas pieles de guanaco, que los indios de la pampa adquirían para su uso o para revender en la frontera criolla. Desde la década de 1860, la colonia galesa del Chubut fue otro importante centro de intercambios. Algunos productos circulaban entre los cacicatos, como las largas cañas de la cordillera con que armaban sus lanzas; la sal, algunas piedras y sustancias colorantes, y muchos productos de origen europeo adquiridos en las fronteras.

Pero el centro de esas actividades comerciales lo constituía el gran tráfico ganadero, que se apoyaba principalmente en la apropiación de animales en las haciendas o estancias de la frontera –objetivo fundamental de los malones– y en su posterior traslado al territorio trasandino, mercado normal de esos ganados. En torno al malón –la actividad más rentable para los indígenas– se unían los grupos y se aunaban esfuerzos, hombres y recursos. A este movimiento de ganados se vinculaba la principal actividad mercantil indígena, pues la venta de estos animales y de sal a los pueblos de la Araucanía o en las fronteras de Chile permitía obtener múltiples bienes de gran valor económico y sobre todo simbólico, como licores y vino, metales –sobre todo plata–, sombreros y prendas de vestir europeos, adornos y añil, entre otros.




El poncho

Es una prenda cotidiana de factura simple que se encontra en diversas culturas. En su formato es casi universal. Sin embargo, hoy se lo asocia geográficamente con el sur del continente americano y a la vida del jinete.

Antes de la aparición del caballo traído por los europeos, el poncho ya estaba entre nosotros. Los ponchos tejidos surgieron gracias al desarrollo de una cultura textil.

Desde el punto de vista utilitario, el poncho es sencillo y versátil: protege del viento y la lluvia, sirve de cama a quien duerme bajo las estrellas, y hasta de arma y escudo en el duelo a cuchillo.

Si bien se han conservado algunos ponchos sureños del siglo XVIII, la mayoría de los ejemplares que han llegado a nuestras manos datan del siglo XIX, cuando esta prenda se popularizó al encontrar su lugar en la vida ecuestre.

El poncho inglés

El poncho inglés o poncho de paño, que llegó al Río de la Plata durante el auge de la era industrial británica a mediados del siglo XIX. Suplía las mismas necesidades que el poncho pampa tejido por las mujeres indígenas de las pampas y la Araucanía, pero era de mucho más fácil acceso por su bajo costo puesto que el poncho pampa estaba confeccionado enteramente a mano con lanas teñidas de modo artesanal. Generalmente los ponchos ingleses tenían fondos en una amplia gama en tonos de marrones o azules, con diseños inspirados en papeles pintados o estampados de la época victoriana. Como eran hechos en serie, los patrones de diseño se repetían y por eso es común encontrar ponchos ingleses muy similares.

También en ese período existía el poncho patria, también confeccionado en Inglaterra, de paño grueso color azul oscuro y forro de bayoneta colorada; tenía cuello y una abertura que se cerraba con botones en el pecho y posiblemente haya sido una adaptación de las capas militares españolas. Antes de la Independencia, esta prenda era otorgada por el rey de España y por eso se la llamaba poncho reyuno. Posteriormente, por ser el Gobierno Nacional el que proporcionaba y regalaba a los caciques esta clase de prendas, muy popular entre ellos, se lo denominó poncho patria. Cueros y pieles eran provistos por los hombres mediante la caza, pero eran las mujeres quienes preparaban los cueros, confeccionaban los mantos y capas, y realizaban las pinturas que los adornaban.
Además de su valor como abrigo –eran imprescindibles durante el crudo invierno patagónico–, mantos y capas expresaban, especialmente en los dibujos pintados en ellos, la identidad de quienes los usaban y la visión tehuelche del mundo social y simbólico. Los dibujos, de varios colores y carácter geométrico, se vinculan a aquellos que también aparecen en pinturas rupestres y piedras grabadas. Al menos en algunos casos, mantos y capas acompañaban a sus dueños después de la muerte.
















Comercio e intercambios

La desigual distribución de los recursos obligó a los pobladores de la región a movilizarse, alentando desde temprano la circulación de bienes valiosos. La presencia europea, la adopción del caballo y la disponibilidad de nuevos bienes intensificaron los intercambios entre los distintos grupos aborígenes de las pampas, la Araucanía y la Patagonia, y entre éstos y el mundo hispano-criollo. Así, a mediados del siglo XIX, una compleja red de caminos –las “rastrilladas” – atravesaba el territorio indígena y se prolongaba hasta las fronteras.

Los intercambios con la sociedad criolla eran fundamentales en las fronteras con las provincias argentinas, donde los aborígenes colocaban los excedentes de su producción (cueros, pieles, plumas, talabartería, añil, ponchos) y obtenían harinas, azúcar, telas livianas, adornos, prendas de vestir, quincallería, tabaco, yerba mate y licores. A lo largo del río Negro se realizaban intercambios regulares con los tehuelches. Ellos llegaban hasta allí con plumas y las codiciadas pieles de guanaco, que los indios de la pampa adquirían para su uso o para revender en la frontera criolla. Desde la década de 1860, la colonia galesa del Chubut fue otro importante centro de intercambios. Algunos productos circulaban entre los cacicatos, como las largas cañas de la cordillera con que armaban sus lanzas; la sal, algunas piedras y sustancias colorantes, y muchos productos de origen europeo adquiridos en las fronteras.

Pero el centro de esas actividades comerciales lo constituía el gran tráfico ganadero, que se apoyaba principalmente en la apropiación de animales en las haciendas o estancias de la frontera –objetivo fundamental de los malones– y en su posterior traslado al territorio trasandino, mercado normal de esos ganados. En torno al malón –la actividad más rentable para los indígenas– se unían los grupos y se aunaban esfuerzos, hombres y recursos. A este movimiento de ganados se vinculaba la principal actividad mercantil indígena, pues la venta de estos animales y de sal a los pueblos de la Araucanía o en las fronteras de Chile permitía obtener múltiples bienes de gran valor económico y sobre todo simbólico, como licores y vino, metales –sobre todo plata–, sombreros y prendas de vestir europeos, adornos y añil, entre otros.

Visitas didácticas:



El Departamento de Educación creó un programa integral especialmente pensado para la exhibición Las Pampas con visitas guiadas, actividades para escuelas, talleres para familias, material didáctico y una audioguía online en español e inglés que se puede descargar desde el sitio web de Proa.


De martes a viernes a las 17 horas y los fines de semana a las 15 y a las 17 horas, se realizan visitas guiadas para público general. Y de manera permanente, un equipo de educadores se encuentra disponible en las salas para dialogar con los visitantes y acompañarlos en su recorrido por la exhibición.

El Programa para escuelas ofrece visitas para estudiantes de los distintos niveles educativos con talleres de producción artística y charlas adaptadas a las necesidades de cada grupo. Además, se organizan encuentros con docentes, visitas e intercambios para dar a conocer la propuesta educativa de Proa.

Todos los martes, los estudiantes y docentes pueden acceder libremente a las salas y cuentan con material en la Librería Proa para profundizar el estudio sobre algunos de los aspectos desarrollados en la muestra.

Las actividades para familias comprenden talleres, actividades didácticas, juegos y espacios de reflexión y creación para chicos y adultos relacionados con los conceptos que se exponen en Las Pampas…

Para esta exhibición, también se encuentra disponible para descargar desde el sitio web de Proa una audioguía que propone un recorrido interactivo por cada una de las salas, complementando el intercambio que se produce con los educadores.

Consultas: educacion@proa.org / [54 11] 4104 1041







*más datos sobre Ricardo Güiraldes en el blog de escritores de la Provincia de Buenos Aires
http://archivosdelsur-pciabsas.blogspot.com/


**más datos sobre Lucio V. Mansilla en el blog de escritores de la Provincia de Buenos Aires
http://archivosdelsur-pciabsas.blogspot.com/2010/11/lucio-v-mansilla.html

Fundación Proa www.proa.org


Fundación PROA
Av. Pedro de Mendoza 1929
La Boca, Caminito
[C1169AAD] Buenos Aires
Argentina

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